Fiebre en bebés: cómo actuar y en qué momento acudir a urgencias

 


Fiebre en bebés: cómo actuar y en qué momento acudir a urgencias

La fiebre en bebés genera preocupación inmediata en cualquier familia. Su sistema inmunitario aún está en desarrollo y sus respuestas fisiológicas son diferentes a las de un adulto. Por eso, entender qué significa la fiebre, cómo valorarla y cuándo buscar atención urgente es esencial para evitar complicaciones.

En los primeros meses de vida, incluso una elevación moderada de la temperatura puede requerir una evaluación rápida. Los profesionales del Hospital San Roque en Gran Canaria recuerdan que los bebés no siempre muestran síntomas claros y, por tanto, la observación detallada por parte de los cuidadores es fundamental.

Una de las dudas más frecuentes entre los padres de primera vez es saber cuándo ir a urgencias por fiebre en bebés. La clave está en identificar signos de alarma y valorar el contexto clínico: edad, duración, comportamiento y presencia de otros síntomas.

Qué significa realmente que un bebé tenga fiebre

La fiebre es un mecanismo de defensa. No es una enfermedad, sino una señal de que el organismo está reaccionando frente a un virus, una bacteria o un proceso inflamatorio. En bebés, una temperatura rectal igual o superior a 38 °C se considera fiebre.

Aunque pueda parecer elevada, muchas veces forma parte de una infección leve del tracto respiratorio o un proceso viral que se resuelve espontáneamente. Aun así, la evolución debe vigilarse, sobre todo si el bebé tiene menos de un año.

En los recién nacidos, cualquier aumento de temperatura debe ser valorado con rapidez. Su capacidad para regular la fiebre es limitada y las infecciones pueden progresar sin síntomas llamativos.

Cómo medir la temperatura de forma correcta

La precisión del termómetro es esencial. En menores de un año, la medición rectal sigue siendo el método más fiable. Los termómetros axilares o de frente pueden servir como referencia, pero su exactitud varía.

Una sola medición elevada no siempre implica fiebre verdadera; conviene repetirla al cabo de unos minutos y asegurarse de que el bebé no está demasiado abrigado. La sobreabrigación es uno de los motivos más frecuentes de falsa fiebre en lactantes.

Registrar la temperatura y el horario ayuda al profesional a interpretar la evolución y decidir si es necesaria una prueba adicional.

Señales que requieren vigilancia inmediata

La fiebre en sí no es peligrosa, pero ciertos comportamientos acompañantes sí pueden serlo. Si el bebé está excesivamente decaído, no responde con normalidad o presenta llanto inconsolable, conviene solicitar valoración médica.

La dificultad para respirar, los episodios de apnea, un color azulado alrededor de labios o uñas, o la aparición de manchas en la piel que no desaparecen al presionarlas son señales que justifican urgencias inmediatas.

También debe consultarse sin demora si el bebé deja de alimentarse, vomita de forma repetida o si la fiebre aparece tras un viaje reciente o una exposición a enfermedades contagiosas.

¿Importa la edad del bebé a la hora de decidir?

Sí, y mucho. La edad es uno de los factores más determinantes en la toma de decisiones clínicas. Un bebé menor de tres meses con fiebre debe ser valorado cuanto antes, incluso si parece encontrarse bien. A esa edad, los riesgos de infecciones bacterianas serias son mayores.

Entre los tres y los seis meses, la decisión depende tanto de la temperatura como del comportamiento. Si el niño está irritable, duerme más de lo habitual o rechaza el alimento, la recomendación es acudir a un profesional.

A partir de los seis meses, la valoración puede basarse más en los síntomas asociados, aunque la fiebre persistente más de 48 horas merece revisión.

Por qué algunos bebés no muestran síntomas claros

Su sistema nervioso todavía no procesa el malestar igual que el de un adulto. Algunos bebés con fiebre alta continúan sonriendo y moviéndose con normalidad, mientras que otros con fiebre moderada están muy irritables. Esta variabilidad obliga a prestar atención no solo al número del termómetro, sino al estado general.

El llanto débil, la dificultad para despertarlo, la falta de contacto visual o la disminución evidente de actividad son signos de alerta mayores que la fiebre aislada.

Qué hacer en casa mientras observas la evolución

Mantener al bebé bien hidratado es la primera medida. Los lactantes deben recibir tomas frecuentes; la deshidratación puede aparecer rápido, sobre todo si hay vómitos o diarrea.

No se debe abrigar en exceso. Un ambiente templado y ropa ligera ayudan al cuerpo a regular la temperatura. Si el pediatra lo indica, puede administrarse antitérmico adecuado a su edad y peso, pero nunca para «normalizar» la fiebre sin observar el cuadro clínico completo.

Los baños fríos o compresas heladas no están recomendados; podrían producir temblores y elevar aún más la temperatura interna.

Cuándo preocuparse por una fiebre que no baja

Una fiebre que persiste por encima de 38,5 °C después de la medicación, o que vuelve a subir al poco tiempo, no implica necesariamente gravedad, pero sí merece una vigilancia cercana. La duración es un factor clave: más de dos días de fiebre sostenida en un bebé exige revisión médica.

La aparición de nuevos síntomas durante la evolución —tos intensa, respiración rápida, diarrea persistente, decaimiento progresivo— cambia por completo el escenario y requiere una valoración profesional.

Cómo diferenciar una infección leve de una grave

No es tarea de los padres distinguir entre una infección viral habitual y una patología más seria. Sin embargo, sí pueden identificar señales de alarma que aceleren la búsqueda de ayuda médica.

Las infecciones virales suelen acompañarse de congestión, tos suave y fiebre fluctuante. Las bacterianas, en cambio, tienden a generar fiebre más alta y sostenida, mayor afectación general y pérdida de apetito marcada.

Un bebé que deja de interactuar, respira con esfuerzo o muestra un color apagado necesita atención urgente.

El papel del pediatra y la importancia de una evaluación profesional

Solo una exploración clínica puede determinar si la fiebre es consecuencia de un proceso leve o si requiere pruebas complementarias. El pediatra decide si son necesarios análisis, orina, radiografías o una observación hospitalaria.

Acudir a un centro con experiencia pediátrica garantiza una evaluación más precisa y una respuesta rápida ante situaciones potencialmente graves. La fiebre es una señal, pero la interpretación del conjunto es lo que determina el tratamiento adecuado.

Conclusión: observación, conocimiento y actuación a tiempo

La fiebre en bebés es frecuente, pero nunca debe minimizarse sin una observación atenta. Saber qué cambios son normales y qué signos indican riesgo permite actuar con prudencia y evitar demoras innecesarias.

Conocer la edad del bebé, evaluar su comportamiento y reconocer los signos de alarma es fundamental para decidir cuándo acudir a urgencias. La prioridad siempre es asegurar un diagnóstico temprano y una atención adecuada.