El último alpargatero de Gran Canaria cede sus conocimientos al Cabildo para que el oficio perviva.

El último alpargatero de Gran Canaria, José Díaz, de 81 años y natural de Guía, ha cedido sus conocimientos al Cabildo grancanario para conseguir que este oficio perviva y pueda ser recuperado en cualquier momento, además de contribuir con ello a la reconstrucción del pasado socioeconómico inmediato de Gran Canaria, uno de los objetivos de la Fundación para el Estudio de la Etnografía y Artesanía Canaria (Fedac), informó la consejera insular de Industria, Comercio y Artesanía, Minerva Alonso.

La forma más rigurosa de preservar los conocimientos de la sociedad tradicional grancanaria es la realización de trabajos de investigación sobre oficios artesanos de la Isla, señaló Alonso, quien anunció que la Fedac prepara la grabación de cortometrajes de oficios que están en peligro de extinción, así como vídeos denominados Historias de Vida con artesanos de avanzada edad con el mismo fin.

La fabricación a mano de alpargatas, zapatos que calzaba la mayor parte de la población rural, ha quedado para el recuerdo pues Díaz, que vendía el par a tres duros, nueve céntimos de euros, a principios de los años 40 del siglo XX, vendió el último a 15 euros en 2007.

Según la información que ha recopilado la Fedac a través de Díaz, la elaboración tradicional de alpargatas se hacía con tela de lona e hilo de pita que se compraba a piteros insulares, hombres que recolectaban por los campos de la Isla palas u hojas de pita con las que luego hacían hilos.

La ejecución del trabajo requería de instrumental compuesto por máquina de coser, cuchillo, tijeras, lezna o punzón curvo y recto, aguja también recta y curva, mazo, yunque, plantillas y mesa supletoria.

La elaboración de una alpargata para adulto precisaba de unos 14 metros de trenza de pita que se elaborada con cuatro cabestros, cada uno de ellos formado por dos cordeles, labor que requería hora y media de trabajo manual.

Los alpargateros como José Díaz salían del taller con sacos llenos de alpargatas cargados a la espalda para venderlas por los diferentes pagos del norte de Gran Canaria, actividad boyante entre los años 30 y 50 del siglo pasado, pues un par duraba uno o dos meses, aunque si el agricultor trabajaba en terreno pedregoso podía durar solamente 15 días.

En la década de los 60,  los alpargateros dejan de preparar los hilos y compran el material hecho, procedente de México, en los comercios próximos al Puerto de La Luz y de Las Palmas, hasta que en los 70 la práctica del oficio pasa a ser residual y los campesinos reemplazan las alpargatas por otro tipo de calzado más duradero, si bien Díaz siguió con la labor hasta 2007 bajo pedido.

Además del alpargatero, muchos oficios tradicionales dejan de practicarse en la década de los 70 por la irrupción de un nuevo modelo económico y social, como el de albarderos, sombrereros, pinocheros, carboneros o piteros, de ahí que la Fedac trabaje en la recopilación de información con la idea de documentar labores como estas que forman parte de la historia de Canarias.