La XIX Feria de la Zafra riega historia en El Tablero.

Francisco Mireles, antropólogo e investigador de la Fedac, ofrece una charla sobre los molinos que jalonaron el Barranco Real de Tirajana y contribuyeron al sustento y desarrollo de la población rural de San Bartolomé de Tirajana antes de la llegada del turismo

La importancia de los molinos para el sustento poblacional y el desarrollo agrícola y económico de Gran Canaria vertebró la novedosa charla didáctica con la que se inició este viernes el programa de actividades culturales y lúdicas de la XIX Feria de la Zafra, en El Tablero.

Este evento etnográfico y festivo lo organiza el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana para revivir y recordar a la vecindad más joven el origen agrícola del pueblo y de todo el sur de la Isla antes de que apareciera el turismo.

La charla sobre los molinos harineros, en consonancia con la temática transversal elegido este año para la Feria, la ofreció el historiador y antropólogo social de la Fedac, Francisco Mireles Betancor, amplio conocedor del patrimonio inmueble de la Isla, quien puso de manifiesto el vínculo ancestral de la zafra con los molinos.

“La transformación del grano en harina para la alimentación fue una de las primeras actividades que desarrolló el hombre desde los tiempos más remotos” (…) “El aparcero plantaba su millo en los bordes de los tomateros aprovechando al máximo las posibilidades de la tierra, alternándolo con el cultivo de otras verduras y legumbres de temporada”, recordó. Hoy esa imagen que antaño regó casi todas las tierras llanas y en laderas del sur y del sureste insular es apenas inexistente.

Molinos del Barranco Real

Mireles enriqueció su disertación con la proyección de casi medio centenar de viejas fotografías, una docena de ellas dedicadas a los molinos hidráulicos existentes en este municipio, que fue uno de los aspectos centrales y más relevantes de la charla.

 “Los barrancos de Tirajana tuvieron caudal suficiente para, además de regar y fertilizar las tierras de su heredamiento o adulamiento, mover molinos”, dijo el técnico de la Fedac antes de detallar los molinos hidráulicos datados en el municipio siguiendo la corriente natural del Barranco Real de Tirajana.

Margen derecha

En su margen derecha fijó el Molino de Antonio Megías y Mariquita Antonia, conocido como Molino de Pos-Pos por el tartajeo o gaguera de uno de sus molineros; el Molino familiar de Manuel Jorge, propiedad del que fuera dentista del Lomo La Palma, además de músico y barbero, y que terminó vendiéndose a Vicente Macías; el Molino de Bartolito, frente a la boca de la Galería de la Heredad o de la Virgen; el Molino de Arriba y el de Abajo propiedad de la familia Yánez y heredados por Dolores (Lola) Yánez, que fueron regentados por Anita Peñate y su esposo Manuel Megías, luego por ‘Pino la de Bernardo’ (por Bernardo Cabrera, su esposo, que también fue relojero) y más tarde por Federico González ‘El Pájaro’; el Molino de Antonio Yánez Melián o molino de El Henchidero, frente a la iglesia parroquial de San Bartolomé, que desembocaba en cantonera-lavadero y en abrevadero de bestias. Este molino fue reconvertido en térmico por Vicente y José Araña Yánez, y entre sus molineros destacaron Periquito Pérez y Pepita ‘la del Molino’. También estaban los dos molinos de Los Mesa, en la Montaña de Pegado, donde confluyen el barranco de Risco Blanco y La Culata, construidos Luis Mesa y heredados por Luis Pérez Mesa.

Afluente izquierdo

En el afluente izquierdo del Barranco Real estaban los dos molinos contiguos pero independientes de Antonio Victoriano Alemán, movidos con las aguas de Risco Blanco y las del barranco de La Yedra. También estaba el Molino de Sebastián Megías, luego heredado por su hija Mariana y a su muerte por Susana Pérez Megías. El Molino de Juan Chiquito, en el Barranco de Los Pinos, tuvo como primer propietario a Francisco Vega (conocido por Pancho Reyes), quien lo dejó en herencia a su hija María Luz Vega, que casó con Juan Sánchez Melián, quien otorgó su apodo al molino. El Molino de Juanito Agustín, también conocido como Molino de Julio Torres, Molino del puente nuevo de Rosiana o de Pegado, incluso como Molino de la cuesta de Pegado, se construyó hacia 1820 y tuvo como primer propietario a Vicente González Barrera. Y por último los dos molinos movidos por la Heredad de Sardina y Juan Grande, los molinos de Samarín, en las faldas de la cordillera de Amurga, al final del Barranco Real de Tirajana, cerca de la orilla de Sardina. Ambos al servicio de la Casa Condal de la Vega Grande, el de arriba construido en 1924, y el de abajo en 1876.

En Fataga

El técnico de la Fedad comentó que gracias a sus propias fuentes y charcas, Fataga tenía sus propios molinos. El Molino de Arriba, o de Los Cazorla, se trataba de dos molinos escalonados que pasaban el agua del primero al segundo. El de arriba reventó su cubo después de una modificación que buscaba ampliar su potencia y derribó por completo el de abajo, o Molino Chico, que nunca más se rehízo. El de arriba se reconstruyó y hace un par de años que se restauró su acequia arbotante. También está el Molino de Guriete o Molino de Eduardo Armas, en el caserío de La Gurieta, construido a finales del siglo XIX por Sebastián Cazorla, su primer propietario, que lo dejó a Cho’Gurieta, quien dio nombre al molino y al caserío. El Molino del Lomo de Maspalomas estaba a la altura del kilómetro 15 de la carretera de Fataga a San Fernando, y recibía su caudal de las galerías de La Mina Nueva y la Mina Vieja, y de tomaderos del cauce del barranco. Su último molinero fue Victoriano Sánchez Perera, que en 1980 dejó de moler.

En su disertación, Mireles también abordó la diferente tipología de molinos que surgieron en la Isla desde los primeros años de la colonización, entre finales del siglo XV y principios del XVI, que se unieron a los  molinos de mano (tahonillas) de pervivencia aborigen que se mantuvieron en las casas canarias hasta bien entrado el siglo XX; y las partes o piezas de los molinos y su funcionamiento.

“Los molineros ocupaban un lugar destacado en la sociedad, por de ellos dependía la economía doméstica canaria, que tenía en el gofio de millo el fundamento de su alimentación. La construcción de los molinos no fue empresa fácil, porque la instalación requería permisos de las heredades de aguas, y la contratación de los maestros de obras especializados”, dijo.

La maquila

El técnico de la Fedac también recordó que los molineros cobraban las moliendas del millo mediante la ‘maquila’, que era una parte del millo que traía el agricultor. “Hubo molinos que se conocían por el alto porcentaje de la maquila que se quedaba, como Marianita en el Molino de Sebastián Megías, en la zona de Risco Blanco y Taidía”, recordó. Y comentó que en muchas ocasiones, sobre todo en los momentos de penuria y falta de gofio para subsistir, los molineros guardaban el secreto de las familias que molían. “Cuando se empezó a cobrar por tostar, en muchos molinos se fiaba entregándose el gofio a cuenta de lo que los aparceros cobrarían en la zafra”, puntualizó.